"Lo odiaba intensamente porque se había convertido más en un evento social que en una relación controlada y normal entre músicos y audiencia. Las primeras sesenta filas parecían estar gritando y moviéndose sin escuchar realmente nada. Y los de más atrás ni podían ver". Esa descripción de la experiencia de tocar en vivo, hecha por Roger Waters a la revista Radio Times describía sucintamente su estado mental durante la gira In The Flesh, en la cual Pink Floyd presentaba su álbum Animals.
Harto y cansado, el bajista y cantante incluso llegó a escupirle a un grupo de fans demasiado revoltoso en el Olympic Stadium de Montreal (Canadá), y detuvo un show para increpar -no sin razón- a personas que tiraron petardos entre el público en otro show.
Consciente de su estado mental, buscó consejo en el productor Bob Ezrin y le confesó que le gustaría poder construir un muro que separara la audiencia de la banda. Nunca pensó que tal reflexión eventualmente terminaría convirtiéndose en la semilla de uno de los álbumes más importantes de la historia del rock.
La génesis de una obra maestra
En el descanso de la gira, el artista hizo catarsis como mejor sabía: componiendo. Su sentimiento de aislación terminó dialogando -entre otras obsesiones personales- con la muerte de su padre, abatido en Italia durante la Segunda Guerra Mundial apenas cinco meses después del nacimiento de Waters.Ezrin se volvió una pieza esencial en el posterior desarrollo de la idea de un disco, escribiendo una especie de libreto que buscó distanciar el concepto del álbum de los elementos biográficos. Fue así como nació el personaje de Pink, protagonista de la historia que daba cuerpo a las canciones y brindaba el hilo conductor.
Al igual que Waters, Pink es una estrella de rock. Y, también como el artista, perdió a su padre en la guerra. De niño, concurre a una escuela donde es violentamente maltratado por sus maestros y es obsesivamente sobreprotegido por su madre. De adulto, se casa y eventualmente se entera de que su esposa le ha sido infiel.
Todos estos hechos traumáticos se configuran en "ladrillos" del muro que va separando al protagonista del resto del mundo. Poco a poco, Pink comienza a descender en la locura, sufriendo alucinaciones megalómanas en las que piensa que es un dictador fascista. El punto de quiebre llega cuando enfrenta sus sentimientos de culpa y destruye esa pared que lo convirtió en un hombre ferozmente solitario.
La crítica musical no recibió de manera unánimemente positiva a The Wall, pero el público respondió masivamente: el disco estuvo al tope de la lista de más vendidos de Billboard durante dos meses y medio, y continúa siendo hasta hoy uno de los discos más vendidos en Estados Unidos entre 1979 y 1990.