08 Enero de 2021 09:00
Eran las cinco de la tarde del domingo 8 de enero de 1995. Todavía nadie lo sabía, pero el cuerpo sin vida de Carlos Monzón yacía a la vera de la Ruta Provincial 1, al noreste de Santa Rosa. Monzón venía de comer un asado con su amigo, Jerónimo Mottura; y su cuñada, Alicia Fessia, la única que sobrevivió al accidente. Manejaba "a toda velocidad" un Renault 19 gris que le habían prestado, cuando de pronto "tocó la banquina", el auto dio siete vuelcos y el cuerpo del boxeador -condenado por el femicidio de Alicia Muniz- atravesó el parabrisas. Monzón murió en el acto y su cuerpo quedó tendido entre la maleza. Un vecino de la zona, alertado por el ruido, se acercó y presenció la última postal del "Campeón": estaba boca arriba, en cuero, con un short deportivo y un solo zapato.
Monzón gozaba desde hacía tiempo de salidas transitorias por buena conducta, después de haber cumplido más de la mitad de su condena de once años. Llevaba cinco años y seis meses preso. Le faltaban sólo siete meses para recuperar la libertad. Muchas fueron las elucubraciones en torno a qué fue lo que sucedió dentro del auto. Se dijo que estaba alcoholizado, también que había sufrido un infarto: lo único que se pudo probar es que no llevaba puesto el cinturón de seguridad.
Faltaban todavía tres horas para que se encendiera la alarma del penal Las Flores, en el que cumplía condena por el asesinato de la madre de su hijo menor, Maximiliano. Pero no hizo falta salir a buscarlo: en cuestión de horas todos los medios del país daban cuenta de la muerte de Monzón. La noticia no tardó en llegar a la casa de los Muniz en Montevideo. Fueron ellos quienes desde 1988 cuidaron de Maxi, quien al momento del crimen acababa de cumplir siete años. "¡Dios existe!", aseguraron a BigBang que fue la reacción de Alba, la mamá de Alicia, al enterarse de la muerte del asesino de su hija.
"Maxi no se sorprendió. Llevaba años sin verlo. Nunca más quiso saber de él después de la muerte de Alicia. El nene vio todo, fue muy traumático", reconocen a este medio desde el entorno de los Muniz. Al momento de morir, Monzón llevaba más de cinco años sin ver a su hijo menor. Una batalla judicial por la cuota alimentaria (les pasaba la mitad de lo acordado por sus abogados: sólo 750 dólares mensuales), se sumó a la negativa del nene a verlo. Su figura paterna, además de la de su abuelo Héctor, fue la de Pablo, el hermano menor de Alicia. "Cuando se enteró (de la muerte de su madre), me miró y me preguntó: '¿Qué edad tenés?'. Le dije que tenía 18 años, se quedó pensando y me volvió a preguntar: '¿Vos ya podés ser mi papá?'", recordó el menor de los Muniz.
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En una de sus últimas entrevistas, el boxeador recibió al periodista Guillermo Andino en el penal. Sobre su mesita de luz, una foto de Maxi con guantes de box en el Luna Park. "Hace cinco años que no lo veo, no veo la hora de verlo. Mis hijos tampoco lo ven. Son cosas muy difíciles, pero ya me falta poco para poder salir en libertad, hablar con la jueza y que me explique por qué no lo puede ver nadie", anticipó, al tiempo que vaticinó: "El día de mañana, mi hijo va a ser grande y quiero que sepa lo que realmente pasó aquella noche del 14 de febrero de 1988, que ni yo quiero recordar. Quiero contarle todo lo que recuerdo".
Dos años después, Monzón estaba muerto. Nunca más lo vio a su hijo. Jamás pudo explicarle su versión de los hechos. Tampoco hizo falta. "Maxi vio todo y escuchó todo. Pero nunca quiso hablar de eso". El único pedido que les hizo a sus abuelos, incluso con el boxeador vivo, fue nunca tener que volver a verlo. "No sé qué es lo que siente hoy por su padre, nunca le perdonó que lo haya dejado sin madre. Él estaba presente la noche que Alicia murió y recuerda todo. Pero lo que más lo marco en la vida fue lo anterior: el sufrimiento por ser hijo de un padre golpeador. Varias veces me dijo: 'Él me sacó a mamá, no puedo pensar más que en eso. Para mí ya no existe'", reveló Alba, sólo cuatro días después de la muerte del boxeador en diálogo con la revista Caras.
"¿Mis papás están en una película?": cómo vivió Maxi la madrugada del femicidio de Alicia Muniz y las horas posteriores al crimen
Gritos, golpes, amenazas y, de pronto, un silencio mortal. Aquella madrugada del 14 de febrero de 1988, Maximiliano Roque Monzón, “Maxi”, dormía junto al hijo de Adrián “el Facha” Martel en uno de los dormitorios de la planta superior de la mansión de la calle Pedro Zanni. Vacacionaba desde los primeros días de enero en Mar del Plata junto a su padre, Carlos Monzón. Acababa de cumplir siete años.
“Viene tu mamá”, le había anticipado el viernes por la noche el boxeador quien, a diferencia de lo que se relata en la serie biográfica de Space, le puso como condición a Alicia Muniz que viajara a la ciudad balnearia para buscar a su hijo. “Alicia no fue por voluntad propia, no quería reconciliarse con Monzón. Estaban separados y, de hecho, ella tenía planes de casamiento con otro hombre”, confirmaron a BigBang desde el entorno de Muniz.
Alicia dejó Montevideo -ciudad en la que se encontraba trabajando como modelo- y llegó en la tarde del sábado a "La Feliz". Se dirigió directo a la casa de la calle Pedro Zanni. Pasaron la tarde “en familia” en la pileta, no en la playa como se retrata en la serie. Esa noche se los vio juntos. El boxeador arrancó la "gira" en el cumpleaños número 48 de Sergio Velasco Ferrero en el restó Los Amigos y después se dirigieron al Hotel Provincial. Ese fue el momento en el que se sumó Alicia, que cautivó a todos con su vestidito tipo hindú.
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El grupo tenía una mesa privilegiada en el Provincial. Pidieron siete botellas de champagne Baron B y jugaban a la ruleta. Alicia, lejos de Monzón, pasó la noche con María Eugenia Zorzenón, pareja de Velasco Ferrero. Esa noche, Monzón no paró de perder. Una y otra vez, la ruleta le daba la espalda. A pocos metros, su ex mujer, que lo miraba con absoluta indiferencia. "Este año me caso sí o sí, pero con otro", le dijo a Zorzenón. El boxeador la escuchó. La noche siguió en el Club Peñarol. Desde ese momento, lo único que se sabe es la versión de Monzón y la del taxista que los dejó en la puerta de la casa de Pedro Zanni. Ya estaban discutiendo.
Maxi dormía cuando sus padres regresaron a la casa. Nunca habló sobre lo que sucedió aquella violenta madrugada en la que, de acuerdo a las pericias, Alicia recibió al menos dos golpes de puño. El rastro de sangre fue una de las principales pruebas en contra de Monzón: se constató que la pelea comenzó en la planta baja y que Alicia logró correr por las escaleras para refugiarse en la suite principal. “Vio y escuchó todo”, reconocen desde el entorno de Muniz.
Maxi vio y escuchó todo"
Alicia murió en cuestión de minutos. De acuerdo a los peritos forenses que trabajaron en las dos autopsias que se le practicaron al cuerpo coincidieron en que, antes de ser arrojada por el balcón, la ex vedette ya estaba en estado de inconsciencia y con lesiones letales. La falta de instinto de defensa y sus muñecas sin fracturas fueron claves para derrumbar la coartada del “campeón”, que sostenía una y otra vez que la madre de su hijo se había arrojado sola al vacío. Muniz murió por la presión de 30 kilos que ejerció Monzón sobre su cuello. Utilizó sólo dos dedos: una suerte de pinza letal.
La familia de Alicia estaba en Buenos Aires cuando recibió la noticia: sólo le dijeron que había muerto; todavía nadie hablaba de asesinato, mucho menos de femicidio -para eso faltarían décadas-. La primera preocupación de Héctor y Alba era su nieto, Maxi, quien para ese entonces ya se encontraba al cuidado de un juez de menores. Seguía en la casa de Pedro Zanni, a pocos metros del lugar en el que yacía el cuerpo semidesnudo de su madre.
Horas después, Martel logró sacarlo del lugar. Se llevó a los chicos a la quinta de Rogelio Roldan, ubicada a pocas cuadras. De acuerdo a una crónica de la época publicada en La Semana, la primera pregunta que le hizo Maxi antes de dejar la casa fue: “¿Por qué hay tantos policías?”. El “Facha”, desorientado, alcanzó a responderle: “Porque están filmando una película”.
Por ese entonces, los peritos ya trabajaban en el lugar. Al menos cinco móviles policiales se habían apostado en la cuadra de la casa para intentar resguardar el predio de los curiosos que comenzaban a enterarse de la noticia a través de las radios locales. Maxi seguía ahí, contemplaba atónito todo lo que giraba a su alrededor. “¿Mi mamá y mi papá trabajan en esa película?”, insistió el nene de siete años. “Sí”, le retrucó Martel.
Esa tarde, Maxi jugó en la vereda como si nada hubiera sucedido. Pero, con el correr de las horas, empezó a preguntar por su mamá. Martel esquivó el tema. Sabía que Héctor ya estaba en camino y sería él, su abuelo paterno, quien le comunicaría la noticia de la muerte de su madre. Llegó por la noche, pero no le dijo nada. Antes, tenía que encargarse de todos los trámites burocráticos, entre ellos: reconocer el cuerpo de su hija de sólo 33 años.
Los hermanos de Alicia se encargaron de retirar a Maxi de la quinta de Roldan. Lo hicieron por la parte de atrás, para evitar a los fotógrafos que se habían apostado en la puerta. A dónde fueron, nadie lo sabe. Por la madrugada, Héctor entró a la morgue del Hospital de Mar del Plata y reconoció a Alicia: “Es ella, es mi hija”. La postal era desgarradora: tenía marcas en su cuello, hematomas en las piernas y el ojo derecho negro.
Todavía en Mar del Plata, Maxi y su abuelo se encontraron en una pizzería ubicada en la esquina de Colón y Santiago del Estero, a sólo cinco cuadras del lugar en el que Monzón y Alicia habían estado bebiendo y apostando la noche anterior. Era de madrugada y el nene seguía sin saber qué había sucedido con sus padres. Por ese entonces, Monzón era atendido en el hospital, a pocos metros de la capilla en la que se encontraba el cuerpo de Alicia.
Maxi, yo te voy a explicar lo que pasó"
“Maxi, yo te voy a explicar lo que pasó”. Con esas palabras y con su nieto sentado sobre su falda, Héctor comenzó la ardua tarea de hacerle entender a la criatura que su padre había asesinado a su madre. Se crió junto a sus abuelos y en los meses posteriores al femicidio recibió la atención de un psicólogo y de un psiquiatra. “Lo que vio y escuchó, sólo él lo sabe”, repiten desde el entorno de los Muniz. Pero lo cierto es que, desde aquella madrugada, Maxi decidió nunca más ver a su padre.